No digas más.
Ya lo he escuchado antes.
Ya sé lo que tienes que decir.
Ya sé que pasa cuando faltan ganas de…estar.
Me sé la historia. Ya he leído este cuento antes.
Tú me miras con tristeza, porque sabes qué implica tu
decisión.
Al final, es tú decisión, no la mía.
Este carro tenía kilómetros de más, rondando por las
vías de la vida.
Su motor tuvo un solo caballo con todas las fuerzas, y
luego otro solo caballo más, con todas las fuerzas.
Pero amor, se necesitan varios caballos de fuerzas
para moverlo a la gloria.
Ya sé cuánto cuesta el amanecer y anochecer sin ti.
Aprendí ya, a cómo hacer cada pasito de a poco, sin
olor a café.
Creo que probé muy poco del sabor de la soledad, pues
a esta altura se me ha olvidado que olía a rocío. O quizás su olor no fue tan
fuerte. O quizás no lo olí lo suficiente como para enamorarme de ella, como lo
hace cada uno que la prueba.
Hace un día espectacular de pronto, y está combinado
con nubes de esperanza.
Y es que nadie debe pasar por este camino tan corto,
sin amor.
Y nadie debe bajar al infierno que con sus paredes de
fuego, le dé un poco de calor.
No hacemos nada por el gato o perro que encontramos en
el camino, con frío y hambre.
Jehová se encarga de ellos, y aunque parezcan
descuidados por nosotros mismos, hay alguien más poderoso cuidándolos.
Ya no creo ser la estrella de los desiertos que llegan
a mi vida.
Qué triste es haber pasado tanto tiempo por tu vida,
sin haberte enseñado lo más básico: amar.
No se te quedó: la eternidad.
No se te quedó: la esperanza.
Vamos tomando decisiones en la vida, sin ver un poco
más allá de lo que será.
Nos metemos en mundos distintos, sin ver todo el
movimiento de la mariposa.
Hay almas que uno no debe tocar, si no está dispuesto
a quedarse.
Hay corazones que uno no debe intentar salvar, si uno
no tiene dentro de su corazón: la eternidad.
Era magia engañosa, era magia de cartas, era magia de
conejos, y de rosas marchitas.
Jugaba. Jugaba a saber sobre la vida y el amor.
Era un manantial de agua en el desierto, con espejismo
de potable.
Dulce como panal, dulce como un holograma.
Ni el paraíso era reconocible para sus manos.
Ni el arcoíris demasiado hermoso para su mirada
concentrada en lo común.
Quizás, era demasiado cielo para su cielo terrenal.
Tenía un sonido a piano. Una mirada tan dulce, que me
envolvió.
Sabía cuándo y cómo hacer para tenerme allí.
Y no, no se le olvidó. Sólo dejó de interesarle
conquistarlo.
Sabe exactamente qué espero. Sabe exactamente lo que
me hace feliz.
Pero decidió no hacerlo más.
Se equivocó en tomar una decisión, sin yo tomar la
mía.
Se equivocó una vez más.
Después de tanto rogar, y suplicar recompensa por su
dolor, y por su desdicha pasada.
Se le envió el mismo cielo. Uno comprometido. Uno
leal.
¡Un cielo con aristas, y reglas, pero cielo al fin!
Y no, no me dejó ir.
Pero tampoco me pidió quedarme.
Y yo, yo me quedé hasta que quise.
"Sí; aunque yo no quería, ni lo creía; Era solamente un holograma de café".