La brisa vuelve a traer un olor a
nostalgia. No puedo evitar sentir el recorrido de la corriente de ese río.
Sentada entre las piedras, lo
miro correr, despidiéndose como si jamás lo volviera a ver de nuevo.
Las suaves hojas de un árbol
cerca de mí, van cayendo sobre mí, y la brisa no hace más que recordarme, cómo
se siente el hogar.
El día a día, va atrapando todo
aquello con lo que soñé. Y voy viviendo, y voy suspirando estoicamente la vida,
como si no pudiese controlarlo.
¿Se habrá dado cuenta? ¿Me habrá
visto? ¿Me habrá leído?
Me levanto, como si no tuviera
que llegar a algún lugar. Como si nadie me esperara. Como si el tiempo fuera mío. Y voy caminando
descalza hacia donde llevan las fuertes corrientes a aquel río. Tratando de
verlo por última vez y guardándolo en mi memoria eterna. Va muy rápido, no
puedo alcanzarlo, no puedo decirle que amé su sonido. No puedo decirle que me dio
noches y días de paz. No puedo… no pude…
Aquella tormenta se veía venir,
su llegada era inevitable. Su personificación tomaría el cuerpo de cualquiera,
su llegada vendría en cualquier tren. Era cuestión de tiempo. Era cuestión de
esperar un poco, quien decidiera ver este puerto. Y tomar lo que no le
pertenece, al menos, aún no…
Los puertos, nunca serán el hogar.
Son solo, refugios. Refugios, llenos de abastecimiento para el camino. El
capitán, que se enamore de aquél lugar, deberá renunciar a su nave, o bien,
llevarse consigo la hermosura prenda que encontró, que descubrió, que se
enamoró.
Fui capitán, Fui marinero, fui
puerto, fui hogar, y fui Faro. Fui todo,
menos tú. Fui todo menos tus pies. Fui todo menos tus manos. Fui todo menos,
yo.
Sigo navegando, dentro de mi
corazón, nunca deje de ser capitán.
Estoy hecha de tormentas. Mi alma es aprueba de infiernos. Mi corazón
fue esculpido por el mismo ardor de la lluvia en una herida abierta. Mis manos
están hechas de un diamante que sólo se encuentran en el abismo de los besos de
un adiós.
Sigo habitando en aquella
esquina. Que todos ven como un concepto de profunda nostalgia. La cordura la encuentro
en sus paredes. Y la luz, que aún veo a través de esa ventana, sigue siendo
hermosa. Ya puedo salir, pero el mundo entero persiste en que regrese.
De vuelta, de vuelta a mi
esquina. Sentada, pensativa, volando con mis manos, soñando a que la mano
derecha es de otra persona, pretendiendo que la mano izquierda es la mía. ¡ Oh,
Mi esquina surrealista! Si vieras cómo lloran las paredes, por tanto y tanto!
Un hombro en esta esquina, en cada curva protegida. Cómo un abrazo.
Obligada a zarpar. Sabiendo, que
levantaré las velas, y la brisa nostálgica soplará. Tan fuerte por mí. Por
alejarme del dolor, que sólo me queda ponerme de rodillas, y despedirme.
Despedirme de aquel puerto que quiso hogar. De aquella prenda que no quiso ser
mar. Y viendo el horizonte, se aleja la luz.
Siento las tonadas de un piano
que me arrulla, su melodía es tan sedativa, que va calmando mi atribulada alma.
Y voy sonriendo, luego de tanta tormenta, me acuesto…y la muerte recibe mi
corazón…junto con ella, aquellas personas que tenía años de no ver. Y mi alma,
va siendo reparada, cosida, amada, que llego a sentirme normal, completa. Y sonrío, viéndote
desde arriba…te sonrío, porque desde acá…podré contemplarte todo el tiempo. A
la misma distancia, que en vida lo hice…
A la misma distancia y con el
mismo poder, que en vida lo hice…
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